Este artículo fue publicado originalmente el 29.09.18 en el diario digital chileno El Mostrador en español y, posteriormente en alemán, en la revista número 372 Klimawendel de IZ3W.

El cultivo intensivo de salmones implica la incorporación/aporte permanente de materia orgánica extra (alimento y fecas de peces) al ecosistema acuático, en enormes volúmenes, además de antibióticos y pesticidas que resguardan los peces hacinados frente a enfermedades de fácil transmisión. Si bien el ecosistema del bentos (piso) oceánico está preparado para degradar la materia orgánica proveniente de la columna de agua; la sobre acumulación de ésta, genera una disposición ilimitada, imposible de terminar de ser degradada. Esta acumulación permanente hace colapsar las cadenas tróficas de descomposición de materia orgánica, compuestas de microfauna, microalgas y bacterias. Las bacterias consumen mucho más oxígeno disuelto, en pro de responder a la demanda de descomposición orgánica, resultando en la disminución de la cantidad de Oxígeno disuelto en el agua y en una alteración en la composición sedimentológica de la superficie bentónica, que ya no permite la difusión de oxígeno desde la superficie hacia el interior del bentos. Esta difusión es la base para la sobrevivencia de las cadenas subtróficas de ese cuerpo de agua. El resultado de la alteración de estos factores es un cambio dramático, que va desde un ecosistema marino en equilibrio a un cuerpo de agua en donde no es posible el desarrollo de la vida.

La expansión salmonera fue impuesta hace 40 años en el sur de Chile y operó irresponsable e impunemente. Como resultado y consecuencia, se menciona entre otros, la pérdida de la calidad ambiental: por pérdida de espacios disponibles para la pesca artesanal, por vedas (prohibiciones de extracción) sobre recursos comerciales por contaminación; por la existencia de cementerios marinos con millones de cadáveres de salmones alterados químicamente (presencia de altos niveles de ácido sulfúrico), pudriéndose encima de bancos naturales de mariscos, caladeros de peces y semilleros de recursos marinos pesqueros; por la existencia de basura metálica y química desparramada sin fiscalización al interior de los mares interiores del sur de Chile y por la existencia de espacios marinos desoxigenados, en donde no es posible el desarrollo de la vida. A esto se suma, la pérdida en el desarrollo local: comunidades basadas en economías de subsistencia (pesca artesanal), empobrecidas y cesantes, con costas contaminadas y recursos no aptos para el consumo humano; el colapso de las cadenas subproductivas asociadas a la actividad de pesca artesanal; décadas de sueldos paralizados para las cadenas laborales basales de la industria salmonera, es decir: el éxito económico exponencial de una industria y la no redistribución de sus ganancias a lo largo de 4 décadas.

El pick de esta forma de operar se reflejó en 2016 tras la crisis ambiental y sanitaria que abarcó 420 km lineales de la costa sur de Chile, en donde la producción de determinadas microalgas, en conjunto con un aumento de la temperatura superficial del mar, en un medio ambiente sobresaturado de Nitrógeno (aportado por la industria al medio y elemento base para la producción de microalgas), resultó en la explosión de fenómenos masivos de Floraciones Algales Nocivas (marea roja) que contaminaron los recursos pesqueros, inhabilitándolos para el consumo humano. Estas microalgas produjeron la muerte de 40.000 Toneladas de salmones, de las cuales 11.000 fueron descargadas ilegalmente al mar frente a las costas de Chiloé, y a cuyo evento le siguió la aparición de varamientos masivos de todo tipo de recursos marinos a lo largo de 420 km lineales de costa.

Frente a este escenario “desfavorable”, la industria salmonera busca la instalación de centros de cultivo de engorda de peces, a lo largo de la costa chilena desde las regiones de Magallanes al Maule (la mitad de la extensión costera nacional). El caso emblemático lo representa el megaproyecto salmonero para la región del Ñuble, debatido a fines de septiembre de este año, tras tres años de evaluación ambiental.

La empresa Cultivos Pelícanos presentó al Sistema de Evaluación Ambiental (S.E.A.), 11 proyectos para la instalación de 11 centros de cultivo intensivo de cojinoba, salmones, choritos y algas; de 18 Hectáreas cada uno y de iguales características. Cada proyecto se dispone de manera contigua a lo largo de la costa de la región del Ñuble, a una distancia de 2000 m de la playa. Esta forma de presentar un megaproyecto – fraccionado en proyectos independientes – permite que éstos sean evaluados aisladamente y por separado. Este fraccionamiento, impide identificar posibles impactos ambientales del mega proyecto en sí, es decir del área total a intervenir. El proyecto ingresó al Sistema de Evaluación en 2015 a través de una Declaración de Impacto Ambiental (Declaración), asumiendo un impacto de bajo a cero. No ingresó como Estudio de Impacto Ambiental (Estudio); saltándose entre otros procesos: la elaboración de estudios técnicos ajustados a la realidad local para medir impacto ambiental y la participación ciudadana en el proceso evaluativo.

El proyecto ubicado en Pullay, costa de Cobquecura, pretende instalar 18 hectáreas (180.000 m2) de cultivos marinos de tipo intensivo, al lado del Santuario de la Naturaleza “Islotes Lobería e Iglesia de Piedra de Cobquecura”, creado mediante D.S. N° 544 de 1992 del Consejo de Monumentos Nacionales. Este santuario protege la mayor colonia de lobos marinos de la zona central del país, con una población de más de 3000 individuos. La zona es reconocida científicamente como corredor biológico de cetáceos marinos mayores (ballenas dentadas y barbadas) y menores (lobos, delfines), al ser un área de alimentación, cría y tránsito de estos mamíferos, protegidos por la Ley Nº 20.293/2008. El espacio marino pretendido por la empresa, es zona de pesca artesanal de miles de pescadores que se oponen definitivamente a la instalación de esta industria, al no ser compatible con la mantención de los recursos hidrobiológicos de explotación comercial, protegidos por la Ley de Pesca. El proyecto no es compatible con el proyecto local de desarrollo económico, enfocado en el turismo de naturaleza y no contempla la apertura de fuentes laborales.

En septiembre del año pasado, se entregaron las observaciones de los servicios públicos participantes en la evaluación de este proyecto. En estas respuestas de carácter público, se observa la resolución adoptada por las unidades técnica y fiscalizadora, encargadas de la protección de nuestros recursos pesqueros. La primera es la Subsecretaría de Pesca, que se declara conforme con el proyecto y la Declaración le parece “suficiente”, sin requerir un Estudio, al igual que lo señalado por el Servicio Nacional de Pesca (mientras que el resto de los evaluadores la declaran “insuficiente” para evaluar posibles impactos ambientales). Este tipo de respuestas, frente a este tipo de proyectos, en el contexto económico-político nacional de la industria, dejan dos opciones de interpretación externa: abierta corrupción (los entes encargados de evaluar no están realizando la labor encomendada) o desconocimiento total del proyecto evaluado. En ambos casos esta evaluación está incurriendo en una falta de conocimientos de incalculables riesgos ecológicos de corto, mediano y largo plazo. En Chile no existen salmoneras en mar abierto, es decir, no hay antecedentes previos ni ajustados a la realidad oceanográfica marina local, de por sí salvaje y altamente rica en biodiversidad y riqueza marina. En este escenario de desconocimiento y falta de antecedentes técnicos, se esperaría por parte de estos servicios públicos, una perspectiva más conservativa o preventiva, amparada a lo menos en el Principio Precautorio, porque el daño sería irreparable y perjudicial para todos y para las próximas generaciones.

El proyecto presentado por la empresa fue rechazado, tanto por la SEREMI de Medio Ambiente, como por el S.E.A., precisamente porque, pese a sobrepasar ya una tercera ronda evaluativa, aún adolece de falta de información de alta relevancia para poder medir o estimar posibles impactos ambientales de la actividad, sobre el medioambiente marino. Tras la evaluación denegatoria, la empresa descartó 3 proyectos, dejando pendiente la presentación y evaluación de 7 Declaraciones para los otros 7 proyectos, iguales a éste, ingresados al S.E.A., al igual que la evaluación de las 7 solicitudes de concesiones acuícolas mayores requeridas para los mismos.

Este proyecto representa a una industria vigente que ha protagonizado innumerables alertas y crisis ambientales de público conocimiento, a través de trágicos episodios de i) contaminación por uso descontrolado de antibióticos; ii) de mortandades masivas de salmones contaminados por virus y bacterias – en 20 años, la industria ha introducido 20 enfermedades de peces; iii) en escapes masivos de peces foráneos, enfermos y/o alterados químicamente, que entran al medio y lo destruyen – el último “grave” ocurrió en agosto 2018 con la fuga de más de 900.000 salmones bajo tratamiento antibiótico, no apto para el consumo humano; con una recaptura de un 10%; iv) destrucción total y/o parcial del equilibrio bio-físico-químico de la columna de agua, traducido esto en espacios marinos desoxigenenados, sin posibilidades de albergar la vida – actualmente mas de 400 centros de cultivo operan bajo estas condiciones y más de 300 sitios han sido abandonados por falta de oxígeno en la columna de agua; iv) alteraciones de la calidad química de la columna de agua que modifican el medio marino, resultando en varamientos masivos de recursos marinos en todos los niveles de la cadena subtrófica alimentaria marina.

Los impactos aquí descritos, están en los medios de prensa hoy, están bajo investigación judicial, penal, técnico-científica, en Contraloría y están en las demandas ciudadanas locales por las diversas crisis sanitarias, ambientales, sociales y económicas que han surgido a partir de los distintos “episodios fortuitos” que esta industria ha protagonizado escandalosa e impunemente. La calidad ambiental de nuestras costas depende de un delicado equilibrio ecosistémico (bio-físico-químico) que es necesario y urgente, proteger y mantener sin más alteraciones, ya es suficiente. No a las salmoneras en la costa expuesta de Chile. No consuma salmón chileno, está contaminado y ha envenenado nuestros mares.

Lcda. María Paz Villalobos Silva, Bióloga Marina (UACh).